¿Quién está detrás de Zahra del Alagón?

En el origen de esta historia hay una decisión poco común: dar la espalda al ruido y elegir la calma. Lejos de las luces de la ciudad, el horizonte se encuentra en el vuelo lento de un buitre sobre los riberos del río Alagón, en el murmullo del agua y en el silencio que sólo existe donde la tierra sigue siendo dueña de sí misma.

El vínculo con la naturaleza no nace del estudio, sino de la necesidad. De sentir la lluvia, oler la tierra y escuchar los ritmos antiguos del paisaje. No es una relación aprendida, sino instintiva, casi ancestral. Se vive el territorio como quien escucha una lengua antigua: observando, respirando y sintiendo cada estación.

En esa vida se mezclan la paciencia de los ciclos naturales, el respeto por lo silvestre y la voluntad de preservar lo auténtico. Cada día es una búsqueda sencilla pero profunda: vivir en coherencia con el entorno, en respeto con lo que sostiene, y en armonía con la belleza serena de lo natural.

Hombre con gorra de visera hacia atrás, en un entorno árido, con una pequeña lagartija sobre su cara que parece estar sobre su nariz.

Detrás de Zahra del Alagón se encuentra un joven extremeño que hizo del campo su escuela y su refugio. Desde siempre ha dedicado su vida al estudio y seguimiento de la fauna y la flora silvestres, movido por la convicción de que comprender la naturaleza es la única forma de protegerla. Cree, con firmeza, que los ecosistemas pueden aprovecharse sin desgastarse, sin alterar sus ritmos ni romper su equilibrio. Su trabajo nace de una mezcla de observación y respeto, de la voluntad de convivir con el paisaje sin imponerse a él, preservando sus valores y su belleza como quien cuida algo sagrado.